Oración introductoria de cada día
Por cuanto son pobres mis méritos, ¡oh Jesús!, te ofrezco mis oraciones, mis actos de penitencia, de humildad, de obediencia y de las demás virtudes que practicaré hoy y durante mi vida entera hasta el último suspiro.
Propongo hacer todo por tu gloria, por tu amor y para consolar a tu Corazón. Te suplico aceptes mi humilde ofrecimiento por las manos purísimas de tu Madre y Madre mía Maria.
Dispón de mí y de mis cosas,Señor,según el beneplácito de tu Corazón. Amén.
P. León Dehón
15. -EL VALOR DE LA ORACIÓN
Jesús invita, recomienda, impone la oración, une a ella toda gracia, toda bendición hasta la salvación eterna. El mismo reza por todas partes y siempre: en el templo, en el Huerto de los olivos, en el monte, sobre las aguas, en las plazas y en las sinagogas.
San Pedro corre el peligro de hundirse en las aguas y reza; la oración lo fortifica. Marta y María piden llorando ante Jesús en la hora del dolor y la oración las consuela.
Rezan los Apóstoles en el cenáculo y la oración hace descender al Espíritu Santo con sus dones celestiales. Y tú, ¿cuándo rezas? ¿Sólo cuando estás enfermo o cuando quieres que algo te salga bien?
Reza siempre porque siempre tienes necesidad de permanecer junto a tu Dios.
AMOROSA FORTALEZA
I En nada se conoce tanto la profunda miseria del hombre como en su debilidad. Nuestra alma ha quedado, después de la culpa original, tan flaca y endeble, que cualquier esfuerzo del enemigo basta para derribarla, si no tiene al lado una fuerza superior que la sostenga. Puede asimismo tan poco para obrar el bien, que cualquier leve dificultad la amilana y arredra. ¿Queréis ser fuertes en medio de vuestra debilidad? acudid a buscar la fortaleza en el Sagrado Corazón de Jesús.
Allí fueron a buscarla los Santos, criaturas débiles y de carne ruin y flaca como la nuestra, y gracias a eso fueron fuertes y obraron maravillas. Recorramos la historia de la Iglesia, y veremos a tiernas jóvenes y a pobres ancianos, burlarse de todo el Poder de los enemigos de Cristo, y hacerse superiores a los halagos, a los tormentos y a la muerte. Los claustros y los desiertos, la vida doméstica. y las mismas cortes y campamentos, están llenos de hombres y mujeres que en la flor de su edad y en medio de todas las seducciones, fuertes para renunciarlo todo y seguir a Jesucristo, hasta elevarse a la mayor dignidad.
¡Alma mía! Nada hicieron ellos que no lo puedas tú, si te procuras los mismos auxilios.
¿Dónde Se hallan éstos? acude al Sagrado Corazón.
Medítese unos minutos.
II-Eres débil y flaca, alma mía, porque quieres. Sí, porque quieres. ¿Qué disculpa tendría el niño, que no pudiese levantarse del suelo, por no querer alargar su mano a la que le tiende su buena madre? Por eso son frecuentes tus caídas y tropiezos, por eso sientes abatimiento y desconfianza ante la más pequeña dificultad. ¡Quizás para mayor desgracia has presumido algo de tu propio valer, y con necia arrogancia has creído poder prescindir de todo amparo!
Acude, acude, alma mía, a Dios, tu ayudador y poderoso auxilio, y estás salvada. Nada podrán contra ti los más fieros enemigos, nada las más borrascosas pasiones. Sentirás agilidad, ligereza, facilidad para toda obra buena y para todo costoso sacrificio.
¡Oh Corazón de Jesús, fortaleza de los débiles y caídos! mi corazón anda de continuo desalentado, y acude a V os para que lo sostengáis. Dad me la mano, Señor, como la disteis a tantos que por Vos se levantaron del lodo y subieron a la cumbre de virtud, como la disteis a Magdalena, a Pablo, a Agustín.
¿Qué podría el más valeroso si Vos lo abandonaseis? Pero ¿qué no podrá el más débil si Vos le fortalecéis? ¡Oh Dios mío, fortaleza mía Hacedme fuerte con Vos, para con Vos reinar etemamente victorioso.
Medítese, y pídase la gracia particular.
Rendido a vuestros pies, oh Jesús mío, considerando las inefables muestras de amor que me habéis dado y las sublimes lecciones que me enseña de continuo vuestro adorabilísimo Corazón, os pido humildemente la gracia de conoceros, amaros y serviros como fiel discípulo vuestro, para hacerme digno de las mercedes y bendiciones que generoso concedéis a los que de veras os conocen, aman y sirven.
¡Mirad que soy muy pobre, dulcísimo Jesús, y necesito de Vos, como el mendigo de la limosna que el rico le ha de dar! Mirad que soy muy rudo, oh soberano Maestro, y necesito de vuestras divinas enseñanzas, para luz y guía de mi ignorancia! ¡Mirad que soy muy débil, oh poderosísimo amparo de los flacos y caigo a cada paso, y necesito apoyarme en Vos para no desfallecer! Sedlo todo para mí, Sagrado Corazón: socorro de mi miseria, lumbre de mis ojos, báculo de mis pasos, remedio de mis males, auxilio en toda necesidad. De Vos lo espera todo mi pobre corazón. Vos lo alentásteis y convidáisteis cuando con tan tiernos acentos, dijisteis repetidas veces en vuestro Evangelio: Venid a Mí,... Aprended de Mí... Pedid, llamad... A las puertas de vuestro Corazón vengo pues hoy, y llamo, y pido, y espero. Del mío os hago, oh Señor, firme, :formal y decidida entrega. Tomadlo Vos, y dadme en cambio lo que sabéis me ha de hacer bueno en la tierra y dichoso en la eternidad. Amén.
Aquí se rezará tres veces el Padre Nuestro, Ave Maria y Gloria, en recuerdo de las tres insignias, cruz, corona y herida de la lanza, con que se apareció el Sagrado Corazón a Santa Margarita María Alacoque.
Grupo Betzaida
Oh, Sagrado Corazón