Oración introductoria de cada día
Por cuanto son pobres mis méritos, ¡oh Jesús!, te ofrezco mis oraciones, mis actos de penitencia, de humildad, de obediencia y de las demás virtudes que practicaré hoy y durante mi vida entera hasta el último suspiro.
Propongo hacer todo por tu gloria, por tu amor y para consolar a tu Corazón. Te suplico aceptes mi humilde ofrecimiento por las manos purísimas de tu Madre y Madre mía Maria.
Dispón de mí y de mis cosas,Señor,según el beneplácito de tu Corazón. Amén.
P. León Dehón
Es el mandato de Jesús. Mandato duro para los cristianos débiles y demasiado apegados a las propias comodidades. Mandato suave y dulce para aquellas almas que sienten la belleza de la perfección, gustan las dulzuras íntimas de la vida cristiana. "Quien quiera seguirme, debe renunciar a sí mismo"
Para seguirle, para ser verdaderos cristianos, debemos corregir nuestros defectos, mortificar nuestras pasiones y nuestros sentidos. El primer médico de nosotros somos nosotros mismos.
Para conocerte bien debes hacer el examen de conciencia cada día, cuando estás libre de ocupaciones materiales.
¿Cómo regulas tus pasiones? ¿Reina en tu corazón la soberbia, la avaricia, la cólera, la indiferencia en hacer el bien, la envidia del bien ajeno? Bajo la excusa de la prudencia,
¿ No escondes, quizá el respeto humano? ¿Cómo mortificas tus sentidos?
I
Adonde el. infierno dirige con más ahinco sus ataques es a la sociedad doméstica. Lograr que desaparezca Jesucristo de la familia, he aquí el blanco de sus deseos. y ¡ay Dios! ¡cómo se va logrando en muchas partes este espantoso deseo de Satanás! Apenas se encuentra ya en algunos pueblos la familia verdaderamente cristiana. Ciertos padres y madres de hoy parecen haber desterrado a la Religión de su hogar, según tienen olvidadas allí todas las prácticas de ella. A penas se reza, y en familia, apenas se oye en ella el nombre de Dios. Toda la importancia se da al interés, a la vanidad, al lujo exagerado, a las culpables diversiones.
¡Oh Sagrado Corazón de Jesús! Haceos cargo también de esta necesidad y acudid a remediarla. Haced vuestras otra vez estas casas, de donde parece haberos lanzado el demonio vuestro enemigo. Volved a reinar ¡oh Señor! en nuestros hogares, como en otros templos consagrados a Vos. Unid a vuestro Divino Corazón los corazones de los padres y de los hijos, que hoy tienen miserablemente 4ivididos la disipación y el egoísmo.
¡Oh Sagrado Corazón! Os pedimos hoy más fervorosamente por esta necesidad, una de las más tristes de nuestros días.
Medítese unos minutos.
II
¡Cuán distinta sería la faz del mundo si volviese a reinar en la familia cristiana el Sagrado Corazón de Jesús! ¡Cual fuera la prudencia de los padres, cual el respeto de los hijos, cual la fidelidad de los esposos, cual el amor de los hermanos! Cada casa cristiana sería un vivo trasunto de la Sagrada Familia de Nazaret.
Hoy no reina en muchas de ellas Dios; pero reinan en cambio el egoísmo, la desconfianza, la relajación de los vínculos más sagrados. ¡Oh Corazón de Jesús! ¿Es esta la familia cristiana como Vos la queréis? ¡Ah! No. Es como la quiere el demonio, enemigo de vuestro nombre y de nuestras almas. Quitadle, pues, ¡oh Divino Jesús! este señorío a Satanás; recobradlo Vos para no perderlo ya nunca. Sed Vos en la familia el centro de unión, norma de conducta; den los padres buen ejemplo y sano consejo; muestren los hijos obediencia y docilidad; esmérense todos en el cumplimiento de vuestra ley y en el respeto a vuestra Iglesia.
¡Oh Señor! Sed Vos el verdadero Padre de familias, de todas éstas acá en la tierra, para que juntas formen un día con Vos, la dichosísima familia del cielo.
Medítese, y pídase la gracia particular.
Rendido a vuestros pies, oh Jesús mío, considerando las inefables muestras de amor que me habéis dado y las sublimes lecciones que me enseña de continuo vuestro adorabilísimo Corazón, os pido humildemente la gracia de conoceros, amaros y serviros como fiel discípulo vuestro, para hacerme digno de las mercedes y bendiciones que generoso concedéis a los que de veras os conocen, aman y sirven.
¡Mirad que soy muy pobre, dulcísimo Jesús, y necesito de Vos, como el mendigo de la limosna que el rico le ha de dar! Mirad que soy muy rudo, oh soberano Maestro, y necesito de vuestras divinas enseñanzas, para luz y guía de mi ignorancia! ¡Mirad que soy muy débil, oh poderosísimo amparo de los flacos y caigo a cada paso, y necesito apoyarme en Vos para no desfallecer! Sedlo todo para mí, Sagrado Corazón: socorro de mi miseria, lumbre de mis ojos, báculo de mis pasos, remedio de mis males, auxilio en toda necesidad. De Vos lo espera todo mi pobre corazón. Vos lo alentásteis y convidáisteis cuando con tan tiernos acentos, dijisteis repetidas veces en vuestro Evangelio: Venid a Mí,... Aprended de Mí... Pedid, llamad... A las puertas de vuestro Corazón vengo pues hoy, y llamo, y pido, y espero. Del mío os hago, oh Señor, firme, :formal y decidida entrega. Tomadlo Vos, y dadme en cambio lo que sabéis me ha de hacer bueno en la tierra y dichoso en la eternidad. Amén.
Aquí se rezará tres veces el Padre Nuestro, Ave Maria y Gloria, en recuerdo de las tres insignias, cruz, corona y herida de la lanza, con que se apareció el Sagrado Corazón a Santa Margarita María Alacoque.