I. ¿Qué es el martirio?
El martirio, entendido según su estricta significación etimológica [testimonio], no se conoció antes del cristianismo. No hay mártires en la historia de la filosofía: «Nadie -escribe San Justino- creyó en Sócrates hasta el extremo de dar la vida por su doctrina» (II Apología 10). Tampoco el paganismo tuvo mártires. Nunca hubo nadie que, con sufrimientos y muerte voluntariamente aceptados, diera testimonio de la verdad de las religiones paganas. Los cultos paganos, a lo más, produjeron fanáticos, como los galos, que se hacían incisiones en los brazos y hasta se mutilaban lamentablemente en honor de Cibeles. El entusiasmo religioso pudo llevar en ocasiones al suicidio, como entre aquellos de la India que, buscando ser aplastados por su ídolo, se arrojaban bajo las ruedas de su carro. Pero éstos y otros arrebatos religiosos salvajes nada tienen que ver con la afirmación inquebrantable, reflexiva, razonada de un hecho o de una doctrina.[2]
Si en un principio la palabra mártir designaba principal o exclusivamente a quien da testimonio de un hecho o de una verdad, muy pronto la Iglesia, después de tantos mártires, da al término una connotación decisiva. Considera mártires a los cristianos que han confirmado ese testimonio con sufrimiento y muerte. Según esto, el martirio es la afirmación de la verdad de Cristo, que ha sido sellada con la muerte corporal.
Como dice Strathmann, «en los escritos de San Juan, particularmente en el Apocalipsis, y también en algunos pasajes de los Hechos, se aprecia como in nuce aquel concepto de testimonio, en el sentido de mártir, que muy pronto vendrá a establecerse decisivamente en la Iglesia primitiva» (Kittel IV,508/VI,1355).[3]
II. Estadista católico y mártir: “¡Dios no muere!”
El Primer Viernes de agosto de 1875 mientras salía de la Catedral de Quito, después de haber hecho una Hora Santa ante el Santísimo Sacramento, un gran amante del Sagrado Corazón de Jesús era asesinado por los esbirros de la secta masónica, se lo conoce como el «Tomás Moro de América». Abogado, político, presidente del Ecuador de 1861 a 1865, y desde 1869 hasta su asesinato, Gabriel García Moreno aparece en la historia de América Latina en muchos aspectos como un precursor.
Este estadista gigante, tuvo una providencial tarea: sacar al Ecuador del caos; firmar un Concordato con la Santa Sede; consagrar el Ecuador al Corazón de Jesús.
La República del Ecuador al separarse de la Gran Colombia, de la que formaba parte con Venezuela en 1830, devino en un Estado caótico y anárquico, con una revolución tras otra (como muchos de las repúblicas independizadas de España), los desgobiernos habían devastado el país.
Don Plinio Correa de Oliveira, gran pensador católico escribió:
«En el siglo XIX, al igual que en el resto del continente, aparecieron en Ecuador corrientes liberales y laicistas derivadas de las ideas de la Revolución Francesa, las cuales fueron causa de una segunda expulsión de la Compañía de Jesús y del asesinato del Presidente García Moreno en 1875. Fue éste un gran estadista católico que consolidó a Ecuador como nación, impuso disciplina al Ejército, acabó con los caudillismos, moralizó al clero y a la población e impulsó además un progreso material reconocido hasta por sus adversarios. Poco después de su muerte, también cayó asesinado el Arzobispo de Quito, Monseñor José Ignacio Checa y Barba. Se desató entonces una ola de persecuciones contra la Iglesia y de anticlericalismo; la educación adoptó una línea acentuadamente antirreligiosa y se legalizó el divorcio».
Durante el siglo XVIII, las logias masónicas habían difundido a lo largo y ancho de la América hispana el espíritu anticristiano, racionalista y libertario de la Ilustración. Los «libertadores» como Bolívar, O´Higgins, San Martín, Sucre y otros fueron miembros de alta graduación en la francmasonería.
La «gesta libertaria» de los países hispanoamericanos, no fue sino una descomposición de la unidad real que se había verificado -«de México a la Patagonia»- bajo la Corona española durante tres centurias. Unidad irrecuperable una vez quebrada ésta. Los nuevos países surgieron planteándose la soberanía popular como «la antinomia de la soberanía de Dios sobre la sociedad», en un arco de caos político y social, y de una economía subdesarrollada, totalmente dependiente de fuentes externas, que se gestaron en el tránsito «del Evangelio a la Ilustración liberal» en la vida pública.
Fue a través de la vidente de Paray le Monial, Santa Margarita María de Alacoque, que Nuestro Señor hiciera una petición al rey Luis XIV: «Haz saber al hijo mayor de mi Sagrado Corazón, que así como se obtuvo su nacimiento temporal por la devoción a los méritos de mi Sagrada Infancia, así alcanzará su nacimiento a la gracia y a la gloria eterna, por la consagración que haga de su persona a mi Corazón adorable, que quiere alcanzar victoria sobre el suyo, por su medio sobre los de los grandes de la tierra. Quiere reinar en su palacio, y estar pintado en sus estandartes y grabado en sus armas para que queden triunfantes de todos sus enemigos, abatiendo a sus pies a esas cabezas orgullosas y soberbias, a fin de que quede victorioso de todos los enemigos de la Iglesia».
El monarca desdeñó el pedido de Nuestro Señor y, en el siglo posterior, la Revolución Francesa arrasó con Francia. En 1792 su descendiente Luis XVI encarcelado en la torre de la prisión del Temple recordó la petición del Corazón de Jesús hecha a su abuelo y quiso cumplirla, pero era demasiado tarde. En enero de 1871, durante la invasión prusiana de Francia, un grupo de notables franceses elaboró un «Voto Nacional», así, finalmente la «hija predilecta de la Iglesia» respondió a la petición del Señor, haciendo el voto de construir la Basílica del Sagrado Corazón en la Colina de los Mártires (Montmartré).
Pasaron ochenta y cuatro años, y García Moreno enmendó esa frustración de la mejor manera que pudo. Durante su presidencia, la República del Ecuador fue el primer país del mundo en consagrarse oficialmente al Sagrado Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María, el 25 de marzo de 1874, determinando el Gobierno Nacional, que en honor a esta consagración se construyera en su capital la gran Basílica del Voto Nacional.
Su ejemplo influyó en los gobiernos de otras naciones que consagraron sus patrias al Corazón de Jesús.
En 1869, su primera medida fue declarar la instrucción primaria obligatoria y gratuita para todos los niños de 8 a 12 años, llamó congregaciones religiosas para llevar adelante la educación de los niños y la formación de los maestros. Creó escuelas especiales para los indígenas y confió la enseñanza secundaria a la Compañía de Jesús. No sólo fue un restaurador afortunado sino también un audaz innovador, que fundó de la nada una Escuela Politécnica con la ayuda de los jesuitas alemanes, convirtiéndose ésta en una verdadera Facultad de Ciencias.
Cuando García Moreno asumió la presidencia, la Iglesia en Ecuador estaba plagada de insubordinación, inmoralidad y laxitud, debido en gran parte a un abuso de autoridad que limitaba el poder de la Santa Sede con respecto a los asuntos religiosos. El presidente firmó en 1862 un Concordato tan favorable, que liberaba al clero de toda tutela laica, retiraba al gobierno los derechos que todos los estados sudamericanos conservaban tan celosamente de su pasado pre-republicano. Por eso, también amenazó con no ratificar aquel Concordato si la Santa Sede no enviaba un delegado apostólico que emprendiera la reforma del clero.
Lo único que le restaba a aquel hijo amante de la Iglesia, después de haber aplicado sus enseñanzas y haber protestado, solidaria y valientemente, contra el desafuero que se le hacía, era rubricar con su sangre su fidelidad ejemplar: y ése fue en 1875, el trágico y supremo honor de García Moreno.
«El gran Pontífice (Pío IX) fijó sus ojos llenos de grato consuelo, en la pequeña nación de los Andes de Ecuador, y vio allí, combatiendo contra la universal apostasía al único soldado de Cristo que aún blandía en sus manos la gloriosa espada que habían empuñado Constantino, Carlomagno y San Luis»:[4]
Le había escrito al Papa: «Qué tesoro es para mí, Santo Padre, ser odiado y calumniado por mi amor a Nuestro Divino Redentor. Qué felicidad, si tu bendición fue obtener para mí del Cielo la gracia de derramar mi sangre por Él, ¡Quien, siendo Dios, quiso derramar Su Sangre por nosotros en la Cruz!».
Poco antes de ser martirizado por odio a su fe católica, había vaticinado asertivamente:
«Después de mi muerte, el Ecuador caerá de nuevo en manos de la revolución; ella gobernará despóticamente bajo el nombre engañoso de liberalismo; pero el Sagrado Corazón de Jesús, a quien he consagrado mi patria, lo arrancará una vez más de sus garras, para hacerla vivir libre y honrada, al amparo de los grandes principios católicos».
«En medio de esos gobiernos entregados al delirio de la impiedad, la República del Ecuador se distinguía milagrosamente de todas las demás, por su espíritu de justicia y por la inquebrantable fe de su Presidente que siempre se mostró hijo sumiso de la Iglesia, lleno de amor a la Santa Sede y de celo por mantener en el seno de la república la religión y la piedad. Y ved ahí que los impíos, en su ciego furor, miran como un insulto a su pretendida civilización moderna la existencia de un gobierno que, sin dejar de consagrarse al bien material del pueblo, se esfuerza al propio tiempo en asegurar su progreso moral y espiritual. A consecuencia de conciliábulos tenebrosos, organizados en una república vecina, esos valientes han decretado la muerte del ilustre presidente. Ha caído bajo el hierro de un asesino, víctima de su fe y de su caridad cristiana hacia su patria».[5]
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Los criminales que lo contemplan, exclaman: ¡Viva la patria! ¡Matamos al tirano! ¡Espectáculo espantoso! Olor de pólvora, gritos, confusión, desorden. Rayo (el asesino), lleno de odio, corre hasta García Moreno ya agonizante, que busca levantarse apoyándose en los codos, y le descargaba un golpe en la cabeza, mientras lo insulta: ¡Tirano de la libertad! ¡Jesuita de casaca! ¡Muera! ¡Muera!
Gabriel García Moreno, mortalmente herido gritó: «¡Dios no muere!».
¡Qué linda respuesta! ¡Que maravilla![6]
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[1] Cf.: MAZUELO-LEYTÓN, GERMÁN, Santos alternativos. https://adelantelafe.com/santos-alternativos/
[2] ALLARD, PAUL, Diez lecciones sobre el martirio.
[3] IRABURU, P. JOSE MARÍA, El martirio de Cristo y los cristianos.
[4] CUESTA, Padre, deán de la catedral de Riobamba. Sermón fúnebre en conmemoración de don Gabriel García Moreno.
[5] PAPA PIO IX, a un grupo de peregrinos franceses.
[6] CORREA DE OLIVEIRA, Prof. PLINIO, García Moreno, aspectos poco focalizados.